FRANCISCO RAMOS MEJIA

1773-1828

 

Prólogo al libro: "Francisco Hermógenes Ramos Mejía"

Autor: Juan Carlos Priora, ACES, 2009

Por el Dr. Joaquín E. Meabe - Historiador

10 de mayo, 2007

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Números en Negrilla son las páginas en el libro

 

11                                                                          Prólogo

 Imaginarios teóricos, paradigmas dominantes y problemas pendientes en la historia nacional de la argentina

El estudio de cualquier etapa en la historia es decididamente vicario de las fuentes; pero éstas no siempre transmiten un sentido unívoco, y por lo general el significado locucionario del discurso de los diversos scriptores y documenta remite a un contexto cuya variedad de modalidades impone una atención de detalle que no siempre respeta la compleja y desigual extensión de los eventos que luego se organizan como programas para la exposición del pasado.

Una vez organizado el programa de trabajo, el relato histórico adquiere su propio sesgo y forma su propia tradición, como se ad­vierte, por otra parte, sin dificultad, al examinar la producción historiográfica argentina, que ha edificado sus grandes relatos en el horizonte del desenvolvimiento agonal de la vida política, como acción orientada a la puja por el gobierno, y a los desempeños relacionados con el acceso a él y al desalojo del adversario ocasional.

La matriz así establecida signa el desarrollo del relato que, de ose modo, ya tiene fijado el dispositivo de rangos o privilegios para la distribución de los eventos. De esa manera, tanto los eventos como sus registros e, incluso, hasta su terminología puntual, se tornan absolutamente dependientes de aquel encuadre.

El contexto material resulta, entonces, reemplazado por una 12 agenda edificada en torno de una matriz, o programa, en la que se organizan los hechos y que se configura como un imaginario teorético que se ofrece como una suerte de tamiz por el que se filtran los testimonios. Lo que pasa el tamiz del imaginario teoré­tico luego se describe como relato, y el relato mismo se transforma en emblema.

El procedimiento se torna selectivo, y lo que la heurística de esa selección admite es lo que procede y configura el registro de los sucesos. Toda la variedad de modalidades de los demás eventos históricos que no han logrado pasar ese tamiz tienden a desdibujarse, fijándose, al mismo tiempo, una suerte de agenda de controversias, completamente vicaria de aquella matriz originaria, devenida ya en paradigma para cualquier eventual averiguación del pasado.

Así, el primer gran relato histórico argentino que, por cierto, no cabe sino denominar liberal por la ideología de sus fundadores (aunque algunos lo llaman impropiamente oficial), alcanza su madurez y perfila su peculiar agenda en las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, siendo luego perfeccionado, sólo en el detalle de la agenda misma que de por sí no varía, en la primera Historia de la Nación Argentina, llevada a cabo por la Academia Nacional de la Historia bajo la dirección de Ricardo Levene.

Conforme a la matriz de ese gran relato, los acontecimientos decisivos se describen y explican a partir de los sucesos ocurridos en 1810 en la ciudad de Buenos Aires, cabeza del entonces denominado Virreinato del Río de la Plata. 1810 es la fecha que divide la historia argentina, y los sucesos de Mayo se consideran como una revolución institucional, a pesar de que el relevo de autoridades se opera en el marco de un proceso de disolución sociopolítica y guerra civil de complejas consecuencias y aún indeterminados resultados.  Aquellos acontecimientos de 1810 y, sobre todo, los sucesos del 25 de Mayo constituyen así el punto de referencia para toda la ulterior evolución jurídica y política de la República Argentina.

13  Sin embargo, desde muy temprano, se han generado inquietudes y debates para identificar a sus autores o dilucidar su significado; y, ya en 1812, Juan Martín de Pueyrredón y José Manuel de Goyeneche polemizaron epistolarmente acerca de la acción de la Junta establecida el 25 de Mayo. Pero estos escarceos polémicos lo mismo que otras manifestaciones, como la iniciativa del 24 de mayo de 1826, en el seno del Congreso General Constituyente, orientada a emplazar un monumento a los Hombres de Mayo, a pesar de su importancia intrínseca, no dieron lugar a ninguna tradición interpretativa, por lo que bien se puede decir que las dos líneas de interpretación que se perfilan proceden de Juan Manuel de Rosas y de Esteban Echeverría, interpretaciones que comparten, por cierto, la misma matriz originaria que edifica el relato en el horizonte del desenvolvimiento agonal de la vida política.

Rosas formuló su interpretación en un discurso pronunciado el 25 de mayo de 1836, en el que sostiene que la Revolución de Mayo fue un cambio de gobierno y un acto de adhesión y lealtad a España frente al peligro de la dominación napoleónica.

La otra interpretación jurídico-política, en sentido estricto, de los acontecimientos de Mayo de 1810 proviene de la llamada Generación del '37 y se encuentra en el Dogma Socialista de Esteban Echeverría, cuyo imaginario teórico tiene una notable afinidad con el romanticismo político y constitucional del liberalismo doc­trinario (Constant, Rossi, Roger Collard, Guizot, etc.), que en este punto aún está pendiente de dilucidación en todo lo que hace al detalle histórico-jurídico indispensable para superar el anacronismo que proyectan, fuera del contexto de la época, las ideas que influyen en el cambio de las identidades y de los usos expresivos de las nuevas ideologías.

De acuerdo con el punto de vista de Echeverría, dos ideas aparecen siempre en el teatro de las revoluciones: la idea estacionaria, que quiere el statu quo y se atiene a las tradiciones del pasado, y 14 la idea reformadora y progresiva; el régimen antiguo y el espíritu moderno. Este punto de vista, que se muestra decididamente vicario del esquema de la famosa conferencia pronunciada por Benjamín Constant en el Ateneo Real de París en 1819 acerca de la diferencia entre la libertad de los antiguos y la de los modernos, lleva a Echeverría a sostener que los revolucionarios de Mayo sabían que la primera exigencia de la América era la Independencia de hecho de la Metrópoli y que, para fundar la libertad, era preciso emancipar primero la patria. El criterio de Echeverría fija, así, un estándar interpretativo que luego se reproduce de manera uniforme en la literatura histórica del siglo XIX (Mitre y López) y de principios del siglo XX, transmitiéndose sin cambios, hasta culminar en la monumental obra Historia de la Nación Argentina, dirigida por Ricardo Levene.

Con variaciones poco relevantes, esta línea interpretativa -que comprende tanto a la historiografía liberal, en sentido estricto, lo mismo que a la denominada revisionista - se asume a lo largo del siglo XX en la historiografía general (Levene; Ruiz Guinazú; Diaz Meilan, Halperín Donghi) y en la más puntual historia del De­recho y del Estado que arranca de aquella matriz (Frondizi, Zorroaquín Becú, Oszlak). Incluso en la reciente Nueva Historia de la Nación Argentina no se percibe un cambio de aquel antiguo marco interpretativo fijado por Echeverría en 1839 y perfeccionado por Mitre y López como un paradigma científico en el sentido que le asigna Thomas S. Kuhn en su obra La Estructura de las Revoluciones Científicas.

La separación del paradigma dominante, sin embargo, tiene al­gunas notables excepciones, sobre todo en las obras de Plácido Al­berto Horas, Enrique De Gandía, José María Rosa y Julio Irazusta. Este camino, insinuado desde mediados del siglo XX, marca un sesgo en la historia general y en la historia de las ideas políticas y económicas de nuestro país, al sostener un criterio diferente sobre 15 los sucesos del pasado, que levanta razonables reparos a la inter­pretación establecida y reclama un nuevo y más detenido análisis de los documentos y de las diversas realidades concretas que in­forman a la plataforma material sobre la cual se asientan aquellos singulares acontecimientos.

Algunos anticipos de esta peculiar vuelta de tuerca que recusa y pone en entredicho la matriz dominante ya se empezaron a aportar desde principios del siglo XX en algunos estudios de detalle que sólo se tornan relevantes en otro marco interpretativo.

El asunto no es, sin embargo, fácil de resolver, porque no se trata de una mera dificultad heurística o una insuficiencia en los re­gistros, porque ni la soberanía como tampoco la representación, o lo relativo a la composición y el origen del gobierno o, incluso, las ideologías, constituyen factores que explican de manera suficiente los fenómenos de disolución, colapso y violencia en la etapa germinal de lo que después ha llegado a ser la Nación Argentina.

La parcialidad del paradigma que aquí criticamos es impresionante, y toda una amplia gama de desempeños y creencias relacio­nados con las expectativas religiosas y la construcción de la vida material, la educación, el desarrollo de las ideas y hasta los mismos tratos domésticos no llegan a percibirse como datos significativos y relevantes con un estatus propio.

El mismo imaginario territorial se construye con arreglo a un exclusivo horizonte de pertenencia estatal, resultando así inexplicables los conglomerados de poder no territorial, las montoneras y demás formaciones organizadas como shymakhías, o contingentes militares armados y agregados sociopolíticos no territoriales, entre los que se debería incluir al mismo contingente sanmartiniano, cuya empresa libertadora ha estado materialmente segregada del poder territorial de Buenos Aires.

Del mismo modo, tampoco figura en la agenda de la matriz dominante el singular fenómeno de la educación lancasteriana, 16 que ha servido de puntapié inicial para el desarrollo de la educación popular en el Río de la Plata, y la contribución que en todo esto le cabe a Diego Thomson como maestro y predicador bíblico. Incluso todo lo relativo a los pueblos indígenas y a sus peculiares modos de agregación, convivencia y antagonismo en el Río de la Plata, y en las demás áreas territorialmente tributarias, no ha podido siquiera ir más allá de los viejos prejuicios de una antropología positivista, que uniforma y encuadra a esos mismos pueblos indígenas dentro de la categoría de salvajes, privados de historia propia y de un lugar en el gran relato, salvo como agentes de una violencia irredimible que hacía falta liquidar en beneficio de la civilización y, más que nada, de la apropiación de tierras, cuyo reparto tampoco ha encontrado aún su lugar en la agenda de averiguaciones del gran relato histórico nacional.

Lo que queda fuera del paradigma inevitablemente deja de percibirse como dato; y esta limitación obliga a considerar todo el asunto con arreglo a presupuestos más amplios que, inevitablemente, exceden el horizonte del desenvolvimiento agonal de la vida política como acción orientada a la puja por el gobierno y a los desempeños.

Se impone, entonces, una nueva agenda de averiguaciones que se ocupe de todos aquellos eventos, personajes y situaciones que han jugado un rol importante en el seno del territorio, luego reformulado y reinstitucionalizado como Estado nacional.

El colapso del orden colonial español en el Río de la Plata a partir de 1808 y, desde luego, en el resto de América, no alcanza por sí solo para explicar el complejo proceso de guerra civil y guerra social que en estos territorios rioplatenses da lugar a la formación de una amplia y desigual variedad de staatsfragmete[1] entre 17 1808 y 1852, donde imperan, en reemplazo de la dominación tradicional, de tipo monárquico, impuesta por la Corona Española desde la etapa de la colonización y de las fundaciones hasta su colapso en 1808, distintas formas de dominación carismática edificadas, luego de la etapa inicial de deslegitimación y revocación gubernamental (1808-1813), en el predominio de autoridades personales o de grupos adscriptivos respetados y obedecidos por el control de contingentes armados sujetos a la autoridad personal o del grupo del que depende la obediencia que, a su vez, fija las pautas de ejecución de los deberes, y de inteligencia y aplicación de las reglas jurídicas y de los demás tratos sociales, económicos, políticos y militares.

Para una adecuada comprensión de este crucial asunto que modifica la cronología tradicional y la reemplaza por una periodización sustantiva, conviene seguramente desglosar la secuencia en el ámbito diacrónico del Río de la Plata en, al menos, tres etapas (1492-1808, 1808-1852 y 1852-2005), con arreglo a los tres tipos de dominación propuestas por Max Weber.[2]

Tomando de este modo la dominación como factor demarcativo, podemos partir, en estos territorios del Río de la Plata, luego trasformados en estados nacionales (Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia), de una dominación tradicional desde el descubrimiento de América y hasta la disolución de la Monarquía por obra de la invasión napoleónica (1492-1808).

Luego de la disolución institucional, el fenómeno de la Guerra ile la Independencia en la Península, transformada en Guerra Civil en América y después en desmembramiento y desaparición del antiguo Imperio, abre paso a una nueva forma de dominación en 18 los territorios del Río de la Plata, edificada sobre el carisma de los caudillos y de los jefes militares, a los que se asocian o se enfrentan las nuevas individualidades aún huérfanas de poder y hasta de asiento en las también nuevas y desordenadas estructuras que pre­nuncian la futura sociedad civil económica edificada en torno del comercio individual, del mercado y de la monetización de las rela­ciones de apropiación e intercambio entre sujetos voluntariamente segregados de cualquier entorno adscriptivo, familiar o fideísta y, por ende, libres para transar, cambiar, adquirir y acumular.

Esta nueva forma de dominación abarca, en el Río de la Plata, desde 1808 y hasta 1852, aunque quizá deba extenderse hasta el fin de la Guerra del Paraguay en el caso puntual de ese país. Los elementos carismáticos y las figuras asociadas a esos rasgos no van a desaparecer en 1852, pero lo que sí va a cambiar definitivamente será la matriz misma de la dominación, que desde entonces se ajustará al tipo de dominación racional-legal, cuyo asiento es la Constitución y su desagregada trama de reglas de Derecho que permitieron la constitución y el desarrollo de una sociedad civil económica que se transforma en la fuente primaria de poder y el vector de todas las hegemonías.

La dominación resultante no escapará desde 1852, y hasta el día de hoy, a esa matriz determinante; y en su seno se han desarrolla­do todas las peculiaridades y todas las patologías de nuestro orden republicano, sobre todo la violencia tutorial, cuyas adscripciones institucionales ya no se solventan en el carisma tradicional asociado a la pertenencia territorial y al eventual control de los staatsfragmete, en los que se edifican las hegemonías dependientes del colectivo ocasional (la muchedumbre, la montonera, la tropa, etc.).

Para la historiografía de scriptores, propia de la etapa positivista de los siglos XIX y XX, el problema y la misma reformulación de la agenda del gran relato histórico nacional impresionan como asuntos ajenos o, al menos, externos a la historia misma y, oportunamente, 19 como cuestiones de hermenéutica o, incluso, de ideología.

Por cierto, no parece suficiente, en orden a los problemas planteados, ese tipo de desplazamiento hacia las particularidades, como el que encontramos en la historia cuantitativa o en la denominada microhistoria, hoy de moda más como ejercicio de misarquismo heurístico que como averiguación seria de los problemas pendientes de nuestro pasado; porque esas variaciones de cantidades, hábitos y espacios, marginales a la agenda del paradigma dominan-l e, tampoco modifican el cuadro sustantivo de la sobreabundante doxografía que, salvo contadas excepciones, aún no ha podido dar menta del conjunto de conexiones entre los sucesos del pasado y los del presente, fijando un horizonte de inteligibilidad más allá de su matriz originaria, cuyo relato se encuentra siempre acotado por el horizonte del desenvolvimiento agonal de la vida política v del que resultan vicarios los demás temas culturales, religiosos, económicos, sociales e ideológicos.

Una de esas extraordinarias excepciones es justamente el extenso tratado del Dr. Eduardo R. Saguier titulado Un debate inconcluso en América Latina (1600-2000). Cuatro siglos de lucha en el espacio colonial peruano y rioplatense, y en la Argentina moderna y con­temporánea, publicado en catorce tomos, en inglés y en castellano, en el sitio de Internet http:www.er-saguier.org/indicegral.html

Otra contribución relevante, de cara al nuevo derrotero que busca recuperar importantes secciones de nuestro propio pasado segregadas por el paradigma dominante del gran relato histórico nacional, es este singular y sobresaliente trabajo de Juan Carlos Priora sobre Francisco Hermógenes Ramos Mexía que, al tiempo que llama la atención acerca de una personalidad notable y, sin duda, muy mal estudiada de aquella etapa crucial de descomposición y reformulación compleja del orden social rioplatense a principios del siglo XIX, reconstruye el contexto en el que se perfila la incorporación de un nuevo trato con el territorio y los 20 diversos agregados humanos y, en particular, con los llamados pueblos indígenas, con los que Ramos Mexía lleva adelante un notable emprendimiento integrador que, aun hoy, se podría ofrecer como instancia de trato para superar las diferencias adscriptivas que levanta una línea de separación originada en el prejuicio histórico y en una ideología antropológica de absoluta insolvencia.

Francisco Hermógenes Ramos Mexía, que nació en 1773 y murió en 1828, es, por cierto, una figura con varias facetas, todas importantes, a las que Priora le dedica, con ajustado criterio, una puntual atención que nos permite descubrir a una personalidad notable, que ha jugado un papel desatendido e importante en el desarrollo de las ideas en el Río de la Plata durante la primera mitad del siglo XIX, lo mismo que en las actividades productivas agropecuarias, en las relaciones con los ocupantes nativos, y en las novedosas formas de trato económico y de respeto recíproco que, por cierto, servirán luego de sustrato para la universalización de las relaciones que sustituyen la violencia y el despojo por el intercambio pacífico, transformado en norma en el ulterior orden constitucional, que combina el estado de derecho con el sistema de mercado y la reciprocidad interactiva.

Todas estas peculiaridades son tratadas por Priora con un inteligente criterio en esta obra que, sucesivamente, examina la figura y la circunstancia de Ramos Mexía (capítulo I), su personalidad y su familia (capítulo II), su condición de empresario exitoso (capítulo III), su pensamiento (capítulo IV) y, finalmente, la impronta desigual de su atención como personaje histórico en el pasado y la actual revaloración que se impone a partir de las novedosas investigaciones del autor (capítulo V). El trabajo se cierra con un epílogo en el que se coloca a Ramos Mexía como un singular precursor en la construcción de un pensamiento alternativo en la Argentina.

Para la mejor inteligencia del personaje, Priora separa la vida 21 familiar y las penurias personales (la atención de sus empresas, los emprendimientos agropecuarios, la prisión domiciliaria, su deceso y el enigma de su tumba) de las relaciones antagónicas representativas de su desempeño público (el enfrentamiento con Fray Francisco de Paula Castañeda; las diferencias con el gobernador Martín Rodríguez; el choque con la corporación saladerista bonaerense).

De igual modo examina Priora el pensamiento político-social y filosófico-religioso de Ramos Mexía, su singular trato con la Biblia y la no menos importante relación con la obra de Lacunza, con la que mantiene coincidencias y divergencias que el autor examina con amplio detalle.

Dada la complejidad y la diversidad de matices que suele imponer la simplificación, Priora ha elegido una fórmula que resumiría a esta singular personalidad de la etapa fundacional de nuestro pasado al que considera, con sólidos fundamentos, como el constructor de un pensamiento argentino alternativo: Ni neoescolástico, ni hereje (luterano, calvinista, anglicano, puritano), ni heterodoxo, ni iluminista, ni utilitarista, ni masón, ni "loco"; sólo cristiano ortodoxo. Y, en cierto modo ya el subtítulo de la obra anticipa esa sinopsis: Revolucionario en Mayo, defensor de los pueblos originarios, empresario exitoso y cristiano ortodoxo.

En la Argentina actual, donde ya no caben dudas de que necesitamos ampliar el estrecho horizonte del gran relato histórico establecido en el siglo XIX, este tipo de trabajos de averiguación puntual, decididamente objetivos y, por otra parte, no sujetos al cepo ideológico del paradigma dominante, no son sino el anuncio del nuevo derrotero en el que, con seguridad, se va a recuperar gran parte de todo aquello que siempre ha reclamado atención y que hoy encuentra su esperada oportunidad en el laborioso, objetivo e inteligente quehacer de investigadores como nuestro autor.

Y bien vale la pena llamar la atención sobre esto, más allá de toda la eventual polémica que, sin duda, va a provocar esta obra; 21 porque, sea cual fuere la diferencia de opiniones, ella importa por los asuntos que pone en estado de debate y por la ampliación que hace de nuestro actual horizonte de ignorancia.

Como quizá diría Sócrates, ahora sabemos que nuestra ignorancia es un poco mayor de lo que antes imaginábamos acerca de la etapa crucial de la formación de nuestra nacionalidad, y este nuevo saber que muchos ni siquiera sabían que no sabían es otra notable contribución de este inteligente trabajo.

Dr. Joaquín E. Meabe[3], Corrientes, Rep. Argentina, 10 de mayo de 2007


[1]

Para la noción de staatsfragmente y su aplicación en contextos históricos, véase: J. E.Meabe,"Staatsfragmente y FL::"P\"", en Comunicaciones científicas y tecnológicas 1999, tomo I, Ciencias Sociales (Corrientes, Rep. Argentina: Eudene, 1999), 1:227-230.

 

[2]

Vease Weber, Gesammelte Aufstze zur wissenschatslhere, ed. J. C. B. Mohr

 

[3]

El Dr. Joaquín E. Meabe, que prestigia este trabajo con el prólogo, es abogado (1974, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Nacional del Nordeste, UNNE) y Doctor en Derecho (2005, por la misma Universidad). Docente e investigador con decenas de proyectos aprobados y terminados. Profesor titular por concurso de Introducción al Derecho y Filosofía del Derecho (UNNE). Jurado titular de concursos. Director del Instituto de Teoría General de Derecho de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas (UNNE). Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), de la Asociación Argentina de Filosofía del Derecho y de la Asociación Internacional de Filosofía del Derecho, de la Sociedad Argentina de Estudios Clásicos, de la Junta de Historia de Corrientes, etc. Se le publicaron siete libros, cinco están en prensa y posee decenas de libros inéditos. Ha producido más de doscientos artículos, estudios y comunicaciones científicas. Traductor de los clásicos al castellano y al alemán. La Editorial Tecnos, de Madrid, le publicará, en breve, una nueva traducción de La ética nicomaquea y de La Política, de Aristóteles. (Nota del editor.)

 


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